Olivar, vol. 17, nº 25, e006, junio 2016. ISSN 1852-4478
Universidad Nacional de La Plata.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

 


ARTÍCULOS / ARTICLES


 

Castelao en Buenos Aires, 1940-1950


 

Henrique Monteagudo

Instituto da Lingua Galega
Universidade de Santiago de Compostela
EspaƱa

 

Cita sugerida: Monteagudo, Henrique (2016). Castelao en Buenos Aires, 1940-1950. En M. R. Lojo (ed.), Galicia en la Argentina: una identidad transatlántica. Olivar, 17 (25), e006. Recuperado de http://www.olivar.fahce.unlp.edu.ar/article/view/OLIe006

Resumen
En la presente aportación nos proponemos ofrecer una visión sintética de la trayectoria de Alfonso D. Rodríguez Castelao (Rianxo, 1986― Buenos Aires, 1950) durante la década 1940-1950. Esta década, que transcurrió casi completamente en Buenos Aires, constituyó una etapa importantísima no sólo de su biografía sino también de su proyección hacia la comunidad gallega transoceánica (la “Galicia ideal”) que él mismo contribuyó decisivamente a construir, y, al mismo tiempo, de la forja de su imagen como figura clave de esa comunidad. Contemplaremos su actuación en el plano de la acción política en el marco del exilio español y en estrecha relación con los nacionalistas vascos y catalanes, con particular atención a su proyección en la comunidad gallega del Plata ―compuesta por emigrantes y exiliados, con sus tensiones internas― y a sus complejas relaciones con la resistencia galleguista del interior. Analizaremos los dilemas entre sus dimensiones artística y política, en las que se encarna la contraposición que él mismo establece entre la Tradición y la Historia de un pueblo con personalidad cultural propia que reivindica como nación. Finalmente, comprobaremos cómo se desarrollan discursivamente estas tensiones en su pieza oratoria más importante, “Alba de Gloria”.

 

Palabras clave: Castelao; Emigración gallega; Exilio republicano; Nacionalismo y cultura; Buenos Aires


Abstract
It is the purpose of the present contribution to offer a synthetic overview of the trajectory of D. Alfonso Rodriguez Castelao (Rianxo, 1886- Buenos Aires, 1950) during the 1940-1950 decade. It was a “porteño” stage, because almost all of it was spent in Buenos Aires. This decade was an important stage not only in his biography but also in his projection into the transoceanic Galicia (the "ideal Galicia") that he was instrumental in building, and at the same time, forging his image as a key figure in it. We consider his performance in terms of political action under the Spanish exile and in close relationship with the Basque and Catalan nationalists, with particular attention to its projection in the Galician community of Rio de la Plata -composed by emigrants and exiles with its internal tensions - and his complex relationships with the Galicianist resistance inside Spain. We discuss the dilemmas between his artistic and political dimensions, in which is embodied the opposition he establishes between Tradition and History of a people with its own cultural personality that he claimed as a nation. Finally, we will check the discursive development of these tensions in his most important speech, "Alba de Gloria" (“The dawn of Glory”).

 

Keywords: Castelao; Galician emigration; Spanish exile; Nationalism and culture; Buenos Aires


La década porteña de Castelao (1940-1950), la última de su vida, constituye una etapa decisiva de su biografía pero también un período de abordaje especialmente complejo. No es casualidad que sea la menos satisfactoriamente tratada de su singladura biográfica1. Esto, a nuestro parecer, por tres razones fundamentales:

1) La dificultad de acceso a las fuentes hemerográficas y documentales. Para quien trabaja fuera de Galicia, la dificultad se presenta sobre todo para el acceso a las fuentes que están en el país; para quien trabaja en Galicia, la dificultad se presenta sobre todo en el acceso a las fuentes que están fuera, sobre todo en Buenos Aires, pero también en Nueva York o París, ciudades en las que Castelao recaló durante su exilio.

2) Las deficiencias en el conocimiento y comprensión de los distintos contextos, sea la política republicana en el exilio, sean las circunstancias de política interior de Argentina y Uruguay, sean las instituciones y corrientes del exilio y de la emigración gallegos. Mucho tenemos que agradecer los esfuerzos de beneméritos investigadores como Xesús Alonso Montero, Xosé Manoel Núñez Seixas, Marcelino Fernández Santiago, Carlos Zubillaga, Hernán Díaz y tantos otros que han hecho aportaciones de relieve en este terreno. Pero ¿para cuando una historia, merecedora de ese nombre, del exilio gallego, del Centro Gallego de Buenos Aires, de las Casas o Centros de Galicia de Buenos Aires y Montevideo, de las Irmandades Galegas de Argentina y Montevideo, de las publicaciones gallegas de América? ¿Para cuando biografías debidamente documentadas de personajes como Luis Seoane, Rodolfo Prada, Xosé Núñez Búa o Manuel Puente?. Tenemos ante nosotros un campo de pesquisa inmenso y pleno de incitaciones.

3) En tercer lugar, la dificultad para realizar un abordaje mínimamente objetivo y debidamente perspectivado del personaje y sus circunstancias, o al menos no excesivamente distorsionado por interpretaciones anacrónicas, retroproyecciones deliberadas (o tal vez peor aún, involuntarias), prejuicios y simplificaciones (Núñez Seixas, 2001 y 2005). O, también, no excesivamente intoxicadas por el propio mito de Castelao, por su utilización partisana, a menudo burdamente maniquea, como presunto precedente glorioso de tal o cual opción político-ideológica, o como arma arrojadiza contra tal o cuál supuesto contrincante político. Aun reconociendo que el Castelao histórico es muy difícilmente separable de su mito y que las posibles lecturas de este difícilmente se pueden librar de aparecer posicionadas en debates actuales, no podemos declinar una actitud crítica imprescindible (Fernández Prieto, 2014).

4) Dejo para el cuarto lugar, pero no porque sea menos importante, las limitaciones de los abordajes monodisciplinarios: lo que nos dicta nuestra experiencia es que para estudiar a Castelao hace falta la colaboración de investigadores e investigadoras de diversos campos: la historia strictu ―o, mejor, latusenso, la historia intelectual, los estudios literarios y artísticos, la politología, las migraciones, la comunicación, la filología, la edición de textos, etc.

Nuestra aportación personal a la investigación sobre la figura y la obra de Castelao en los aspectos relacionados con el presente artículo, comenzó con la colección, estudio y edición de su obra oratoria, probablemente la menos conocida (Monteagudo, 1996 y Castelao, 2000, vol. 4) y siguió con el proceso de elaboración de su obra más importante de este período, Sempre en Galiza (Monteagudo, 1998). Posteriormente redactamos una apretada síntesis biográfica, que nos servirá de hilo conductor (Monteagudo, 2000: 181-230 especialmente). Más tarde, centramos nuestra atención en el discurso “Alba de Groria” (Monteagudo, 2004). Finalmente, tenemos muy adelantada la preparación de la edición prologada y anotada de su notable correspondencia con el galleguista porteño Rodolfo Prada, que cubre el período 1937 a 1947 (Castelao, en preparación). Como preliminar al presente ensayo, se puede leer el artículo que acabamos de publicar en dos entregas en la revista Grial sobre el exilio neoyorquino de nuestro autor (1938-40), que titulamos “Tempo de derrotas” (Monteagudo, 2014).

Actividad artística, literaria y oratoria

Vayamos, pues, a Castelao en Buenos Aires en la última década de su vida. El dilema entre su posicionamiento como artista o como político fue confrontado más de una vez por el propio autor, y él mismo señaló que eran facetas inseparables de su actividad (Monteagudo, 2000: 200-201). No obstante, a efectos de nuestra presentación es útil distinguir entre actividad artística (como creador plástico y como autor literario) y actividad político-intelectual. En lo tocante a la primera, hay que constatar que en estos años su producción pictórica tuvo menos importancia, entre otras razones porque Castelao estaba prácticamente ciego cuando llegó a la Argentina. En todo caso, nuestro personaje abandonó la pintura de manera prácticamente completa por la altura de 1945 (Seixas Seoane, 2000: 322). De ese año datan dos hitos terminales de su carrera artística: la exposición conjunta de sus cuatro colecciones de estampas (“Nós”, de 1920, más los tres álbumes realizados y publicados durante la guerra civil: Galicia mártir, Atila en Galicia, Valencia, 1937 y Milicianos, Nueva York, 1938) realizada en Montevideo, por primera y única vez en la historia; y el gran óleo “A derradeira lección do mestre”, hoy custodiado en el Centro Galicia de Buenos Aires. Como autor literario, su carrera había finalizado prácticamente con la puesta en escena de Os vellos non deben de namorarse (pieza acabada en Nueva York en 1939, y para la que también diseñó vestuario, caretas, figurines y decorados), en Buenos Aires y Montevideo, en octubre y noviembre de 1941. En este campo no podemos olvidar, obviamente, su trabajo en la ilustración de ese monumento que es el libro As cruces de pedra na Galiza, que apareció postumamente en Buenos Aires (1950) pero que, a juzgar por su correspondencia privada, tenía prácticamente finalizado en 1945 (Castelao, en preparación). Más adelante diremos algo de su actividad oratoria.

En el ámbito de la escritura, o si se prefiere del arte verbal, no es tan fácil distinguir el artista del intelectual y, desde luego, es imposible separar el intelectual del político. Sin embargo, su obra escrita puede clasificarse en cuatro apartados:

1.- Artículos y ensayos breves (Castelao, 2000: vol. 3). La mayor parte fueron publicados en la veterana cabecera A nosa terra (portavoz, antes de la guerra, de las Irmandades da Fala y del Partido Galeguista), que resucitó la Irmandade Galega de Buenos Aires y que él dirigió y en buena parte escribió en esta misma ciudad durante los años 1942 a 1948. Algunos más aparecieron en otras publicaciones de las organizaciones de la inmigración (Alborada, A fouce, Ronsel, El Orensano, Opinión Gallega, Alma Gallega), del exilio republicano (Pensamiento español) o de la propia Galeuzca (publicada en Buenos Aires en 1945-46), incluyendo el portavoz del Partido Nacionalista Vasco en el exilio, Eusko-Deya. Llama un tanto la atención su escasa o nula colaboración con las dos cabeceras tituladas Galicia que se editaban en aquella altura en Buenos Aires: la publicada por el Centro Gallego y dirigida en aquel tiempo por Luis Seoane, y la de la Federación de Sociedades Gallegas, que durante buena parte de los años que nos ocupan fue dirigida por Eduardo Blanco Amor.

2.-Discursos, mítines, conferencias y alocuciones radiofónicas (Castelao, 2000: vol. 6). La actividad oratoria de Castelao en estos años fue muy intensa; de hecho, constituye uno de los terrenos privilegiados de su acción pública y de su faceta como “escritor”. Está muy relacionada con el articulismo y el ensayo, pues nuestro autor concibió muy frecuentemente textos de conferencias e intervenciones orales para ser publicados como artículos o ensayos breves, o incluso directamente como capítulos de Sempre en Galicia, obra a la que nos referimos a continuación (Monteagudo, 1996).

3.- Sempre en Galiza (Castelao, 2000: vol. 2). El libro, como es sabido, apareció en 1944 editado por el Centro Ourensano de Buenos Aires bajo el sello “As Burgas” (Monteagudo, 1998). En esta su primera edición, de 1944, la obra aparece dividida en cuatro libros, precedidos de un prólogo. El Libro I de esta obra había sido publicado en entregas, bajo el título de “Verbas de chumbo” (“Palabras de plomo”), en Valencia y Barcelona durante la guerra (1937-38), el Libro II fue escrito en los últimos meses de estadía en Nueva York (1939-40); corresponde a la etapa porteña la redacción del Libro III, en 1942-43, y la revisión del conjunto, añadiendo el “Adro” (“Prólogo”) con las primeras “Verbas de chumbo”, originalmente publicadas en los tiempos de su destierro en Badajoz durante el gobierno derechista de Alejandro Lerroux, en los primeros meses de 1935. Varios de los capítulos iniciales del Libro III fueron redactados en primera versión como conferencias o artículos.

4.- Epistolario (Castelao, 2000: vol. 6). Castelao mantuvo una correspondencia intensa, y en algunos casos extensa, con compañeros, colaboradores y políticos, aliados o adversarios. Varias de sus cartas contienen demorados informes o incluso ensayos de tamaño medio. Destaca la correspondencia con Rodolfo Prada desde París (Castelao, en preparación) y con los líderes nacionalistas vascos José Antonio Aguirre, lehendakari del gobierno en el exilio, y Manuel de Irujo, exministro del gobierno republicano y gran amigo de nuestro autor (véase Crónicas. Castelao y los vascos). Muy importante fue la mantenida con los galleguistas de la resistencia interior (Castro, 2000) y, de menor relevancia (hasta donde sabemos), con los del exilio, como con Xohán López Durá, delegado del Consejo de Galicia en México.

La acción política

El análisis de la actuación pública, o más precisamente, política, de Castelao exige una serie de explicaciones necesariamente prolijas e intrincadas, dada la complejidad de los contextos en que se desarrolló (Fernández, 1976; Giral, 1976; Heine, 1983), de manera que en este capítulo tendremos que ser simultáneamente muy demorados y harto simplificadores (Alonso, 2000 ofrece una visión de conjunto, pero muy sesgada). Este ámbito de actividad de nuestro autor durante el exilio porteño puede ser contemplada en cuatro planos, en la realidad íntimamente vinculados entre sí. Dos de ellos podemos considerarlos “internos” (galleguismo político y colectividad emigrada) y otros dos “externos” (nacionalistas vascos y catalanes y conjunto del republicanismo español). Veamos.

1.- Reconstrucción del Partido Galeguista, o, más exactamente, reorganización del galleguismo. Esto incluye las relaciones con los distintos grupos galleguistas de la emigración previa a 1936 y del exilio posterior a esta fecha, en distintos lugares de América, y las relaciones con la resistencia galleguista clandestina en el interior (Castro, 2000 ofrece la documentación; Garrido Couceiro, 2009 es de una parcialidad autoderogatoria).

2.-Acción sobre el colectivo emigrante, en particular, sobre las asociaciones y organismos de la colectividad, sobre todo el Centro Gallego (el organismo más fuerte, con carácter mutualista y por tanto, declaradamente apolítico) y la Federación de Sociedades Gallegas, red de asociaciones que constituía el baluarte del republicanismo, el galleguismo y la izquierda en la capital porteña desde la década 1920-1930 (Núñez Seixas, 1994 y 1997; Díaz, 2007).

Estos dos primeros planos están, como enseguida mostraremos, íntimamente vinculados.

3.- Relaciones con las distintas fuerzas republicanas en el exilio, en particular, Partido Comunista, PSOE e Izquierda Republicana. Debe recordarse que el campo republicano se encontraba escindido por la brecha abierta, que se había ido ensanchando desde los años de la guerra, entre una línea más intransigente (Negrín y el PC) y otra más posibilista (Prieto y el PSOE). Esa brecha atravesaba los partidos democráticos y rompía por la mitad el PSOE.

4.- Relaciones con los nacionalistas catalanes, y sobre todo, vascos, canalizadas a través del pacto Galeuzca, un acuerdo que tenía precedentes en las décadas anteriores, pero que fue confirmado en Montevideo en 1941 y 1944. Fué sumamente importante la relación con el PNV, sea a través de sus delegados en Buenos Aires (Aldasoro), sea directamente con los líderes José Antonio Aguirre (lehendakari) y Manuel de Irujo (Crónicas. Castelao y los vascos y Núñez Seixas, 2010).

La actuación política de nuestro autor fue de baja intensidad durante el primer año de estancia en Buenos Aires (1940-41) pero ganó impulso a partir de 1943, cuando comenzó a vislumbrarse la derrota del eje nazi-fascista en Europa, hasta alcanzar su clímax entre 1944 y 1947, particularmente en los años 1946-47, después de la definitiva victoria de los aliados (1945), que a los ojos de los republicanos en el exilio abría la perspectiva del final del franquismo. El momento climático se alcanza cuando recibe el nombramiento como Ministro del gobierno republicano en el exilio presidido por José Giral (abril de 1946), que lo fuerza a trasladarse a París, donde residió durante casi un año (agosto de 1946 a julio de 1947).

Sea cómo fuere, no podemos perder de vista los dos grandes objetivos, inamovibles, que Castelao persiguió en su actuación política: 1) el principal, defender la autonomía de Galicia, conquistada política y jurídicamente en 1936, 2) igualmente, fortalecer la conciencia nacional del colectivo emigrante mediante la difusión de la cultura gallega, inseparablemente unida, en su perspectiva, a la reivindicación de la identidad diferenciada. Un tercer objetivo, más variable pero que fue ganando fuerza con el tiempo, fue la defensa de la República. A los dos primeros objetivos dedicó todo su empeño; por el contrario, es preciso subrayar que no consideró necesaria la recuperación del Partido Galeguista.

Revisemos rápidamente cuál fueron sus líneas de acción más importantes en cada uno de los dichos planos:

1.-Reconstrucción del galleguismo político. Hacia finales de 1939, residiendo aún en Nueva York, Castelao recibió la designación como Jefe del Partido Galeguista, que le llegaba del Grupo galleguista de Buenos Aires (delegación local del PG), mediante procedimiento extraordinario y con poderes especiales para reconstruir el Partido en el exilio (Monteagudo, 2013: 68-70). Aceptada la designación, nuestro autor se dirige a los distintos grupos galleguistas desperdigados por América solicitando que se pongan en contacto con él para iniciar la reconstrucción del Partido. No obstante, su llamado debió de tener escaso eco, y por esa razón y/o por otras, después de establecerse en Buenos Aires, nuestro personaje decide que esta tarea no es prioritaria, optando por el lanzamiento de un nuevo tipo de organización, Irmandade Galega, inspirada en la ideología y programa del PG, pero de carácter más cultural que político, que dirigiría sus esfuerzos a la “galleguización” de las masas emigrantes, mediante una acción fundamentalmente cultural. Así, la Irmandade Galega de Buenos Aires fue creada a finales de 1941 bajo su dirección y en ella militaba el núcleo más íntimo de sus seguidores, desde Manuel Puente a Rodolfo Prada.

La nueva estrategia de Castelao desembocaría en la creación, en noviembre de 1944, del Consello de Galiza, formado por diputados desterrados, y que pretendía revestirse del carácter de institución fideicomisaria de la voluntad popular gallega expresada en el referéndum autonómico de 1936. Una especie de gobierno autónomo gallego en el exilio, de alguna manera homóloga al vasco y el catalán. De hecho, parece que la sugerencia de creación del Consello de Galiza le llegó a Castelao de José Antonio Aguirre. Sin embargo, como es sabido, sólo tres diputados respondieron positivamente a su llamamiento (el galleguista Ramón Suárez Picallo, el agrarista Antón Alonso Ríos y el republicano de izquierda Elpidio Villavederde), a los que puede añadirse alguno más que adhirió de manera templada o ambigua y finalmente inefectiva (Manuel Portela Valladares desde Francia, Emilio González López desde los Estados Unidos, Edmundo Lorenzo desde México). Debe tener en cuenta que, según nuestros cálculos, de los vintesete diputados electos en Galicia en las filas del Frente Popular, diecisiete se encontraban en el exilio. Por tanto, apoyaron la iniciativa de Castelao alrededor de la cuarta parte. Un grupo de diputados gallegos de la línea prietista del PSOE, residentes en México, llegó a publicar un manifiesto contra el Consello de Galiza.

En todo caso, la línea de Castelao en relación con el Partido Galeguista (esto es, su disolución de facto en las Irmandades Galegas) acabaría chocando con la de los galleguistas del interior que, desconocedores de las posiciones de aquel (con el que únicamente consiguieron comunicarse la finales de 1944), habían concentrado su esfuerzo justamente en la reconstrucción del Partido en la clandestinidad. Los galleguistas del interior no entendieron o no compartieron las dos apuestas principales de Castelao ―postergar la reconstrucción del PG y priorizar el Consello de Galiza―, y no estuvieron en absoluto de acuerdo en dotar a este organismo de autoridad política sobre su estrategia y actuación en el interior, defendiendo que la línea política en relación con el franquismo y el conjunto de la oposición democrática debían marcarla ellos mismos (Fernández del Riego, 1990: 139-190, Piñeiro, 2002: 61-99 y 123-157). Para entender este desencuentro, debe tenerse en cuenta que las discrepancias entre los colectivos clandestinos del interior y del exilio fueron la tónica dominante en los años 1945 y siguientes en todos los partidos del campo republicano. Esas disensiones eran especialmente difíciles de resolver por causa de las enormes dificultades de comunicación que existían entre unos y otros; en el caso de los galleguistas, esta comunicación se producía sobre todo a través de los nacionalistas vascos, y secundariamente a través de las anduriñas (“golondrinas”, marineros que trabajaban en barcos que hacían ruta de puertos gallegos a Buenos Aires y que actuaban como correos clandestinos).

Las diferencias del galleguismo del interior con Castelao y su círculo bonarense se agrandaron en 1946-47 por causa de los desacuerdos en cuanto a la táctica a adoptar contra el franquismo: mientras que en el interior se impuso una línea posibilista, que no excluía la alianza con la oposición monárquica y la posibilidad de una salida plebiscitaria en que se podría votar por la monarquía o la república, Castelao se aferró cada vez con más firmeza a una posición de defensa incondicional de la II República. La polémica entre la resistencia interior y Castelao ha sido objeto de diversas interpretaciones historiográficas, en ocasiones manifiestamente tendenciosas, que a veces se dejan llevar por la tentación de magnificar las diferencias y presentar a los resistentes del interior como traidores y claudicantes frente a nuestro autor, que sería una especie de héroe políticamente infalible y moralmente intachable. Lo cierto es que la situación era extremadamente compleja, erizada de dilemas muy espinosos, y resulta muy cuestionable la pretensión de erigirse en juez de las intenciones o de la moral o incluso del acierto táctico de cada una de las estrategias. Por otra parte, no puede ignorarse que, en realidad, la línea política de Castelao no lo enfrentó sólo con los galleguistas del interior, sino que lo acabó confrontando con la mayor parte de los agentes políticos del momento, también dentro del galleguismo y del republicanismo gallego exiliados, como enseguida mostraremos.

2.- La actuación en el seno de la colectividad emigrante. La opción de Castelao por la creación de las Irmandades Galegas de carácter apartidario y con un perfil de actuación más cultural que político era solidaria de su decisión de orientar sus esfuerzos más hacia la colectividad emigrante que hacia los exiliados. A priori, la organización idónea para canalizar esa actuación era la Federación de Sociedades Gallegas (FSG), en la que el galleguismo había conseguido una hegemonía sólida y continuada en la década 1930-40 (Díaz, 2007; véase también Fernández Santiago, 2001). Recuérdese el papel jugado por la Federación en la conquista del Estatuto de Autonomía de Galicia y en el reforzamiento del galleguismo republicano: Ramón Suárez Picallo y Antón Alonso Ríos eran dos de los líderes enviados por aquella para reforzarlo, y ambos habían conseguido actas de diputados en las elecciones a Cortes. Pero en los comienzos de la década 1940-50 se fueron definiendo en la FSG dos corrientes progresivamente polarizadas que acabarían por distanciarse, rompiendo la unidad de la propia Federación. Una de las corrientes nucleaba un sector más de izquierdas, bajo la hegemonía del Partido Comunista de España, mientras que la otra, bajo la hegemonía de los galleguistas, era de tendencia más moderada. Por razones que tenían que ver con los conflictos en los que se había visto envuelto durante su estancia en los Estados Unidos en los turbios meses posteriores a la derrota de la República en abril de 1939 (asunto sobre el que volveremos enseguida), Castelao, que había sido acusado de “compañero de viaje” de los comunistas, después de su llegada a la Argentina tenía motivos para marcar distancias con respecto al Partido Comunista, y en todo caso, el círculo galleguista del que se rodeó en Buenos Aires, de perfil moderado o incluso conservador, era muy reticente a cualquier aproximación o colaboración con los comunistas.

Pero la corriente de izquierdas liderada por el PC consiguió dirigir la Federación durante la década 1940-50, ganando las sucesivas elecciones. Esto inviabilizaba a la FSG como instrumento adecuado para desarrollar el trabajo en el seno de la masa emigrante según la línea propugnada por Castelao. En consecuencia, éste y su círculo impulsaron la creación de Centros provinciales, en principio adheridos a la Federación, pero con gran margen de autonomía con respecto a esta. El primero y más importante fue el Centro Orensano, creado ya en 1941, al que siguió el Centro Pontevedrés, en el mismo año; en el año siguiente se creó el Centro Lucense. Los enfrentamientos entre las directivas de estos centros ―controlados por Castelao― y la Irmandade Galega de una parte, y la directiva de la Federación de Sociedades Gallegas por otra, abocaron a su separación de esta, lo que se produciría en 1944-45. Aunque Castelao se cuidó mucho de entrar de lleno en polémica abierta con los dirigentes de la Federación, su posición concitó el desacuerdo más o menos explícito de amplios sectores del galleguismo porteño. Estas discrepancias fueron voceadas con especial énfasis por Eduardo Blanco Amor, líder de lo que podríamos denominar “vieja guardia” intelectual de la colectividad emigrante, reticente frente al protagonismo adquirido por las nuevas figuras acabadas de arribar al exilio, que, en su percepción, los venían a eclipsar y a desplazar de una posición ganada en largos años de esfuerzo. Blanco Amor no se recató en criticar la línea seguida por la Irmandade Galega, que él consideraba elitista, sectaria y divisiva, y llegó a dirigir su censura directamente al propio Castelao (Núñez Seixas / Díaz, 2010: 278-297 y 309-317).

3.- Las relaciones con el exilio republicano español. Antes de pasar a considerar las relaciones con los nacionalistas vascos y catalanes, plasmadas en el pacto Galeuzca ya citado, vamos a atender al ámbito del conjunto del republicanismo. Durante la guerra, Castelao había adoptado una posición coincidente en lo fundamental con la línea defendida por el PCE y el sector del PSOE liderado por Juan Negrín (primer ministro del gobierno de la República desde 1937), una línea que podemos caracterizar como de unidad republicana alrededor del Frente Popular y de firmeza en la defensa de la República, frente a otra línea, liderada por el socialista Indalecio Prieto y el Presidente de la República, Manuel Azaña, y seguida por otro sector del socialismo y el repblicanismo, que defendía una posible salida negociada a la guerra que abriría el paso a la convocatoria de un plebiscito para definir el nuevo régimen salido de la guerra. Esta discrepancia fracturaba a la mayor parte de los partidos republicanos ―en particular el PSOE e Izquierda Republicana―, con la importante excepción del PCE. Las disensiones entre los partidarios del gobierno de Negrín y los contrarios a él (encastillados en la Diputación permanente de las Cortes) se habían mantenido en los primeros años de la posguerra española, provocando el bloqueo de las instituciones de la República en el exilio. Para desbloquear la situación y poder presentar una alternativa creíble al régimen franquista, se intentó saldar las diferencias con la convocatoria de una sesión de las Cortes de la República celebrada en México en agosto de 1945, de la que salieron elegidos nuevo presidente de la República (Diego Martínez Barrio) y nuevo gobierno (presidido por José Giral), reconocidos por todos los sectores. Se esperaba que las instituciones republicanas restauradas podrían servir como interlocutoras delante de las potencias vencedoras en la IIª Guerra Mundial, dando por supuesto que estas deseaban barrer todo resto de fascismo en Europa, y por tanto, que propiciarían el derrocamiento del dictador y caudillo de España.

Castelao se adhirió desde el comienzo y permaneció fiel hasta el final de la guerra a la estrategia que defendían Negrín y el PCE: esto es, mantener a toda costa la resistencia militar contra el bando sublevado. Además, cuando viajó a los Estados Unidos en 1938 enviado por el Gobierno republicano en misión de propaganda, iba acompañado por Lois Soto en concepto de secretario personal, pero en realidad como comisionado del PCE para controlar sus movimientos, relaciones y declaraciones. Cuando, en abril de 1939, finalizó la guerra civil, los sectores de la izquierda más descontentos con la actuación del PCE ―entre los que se contaban no sólo la izquierda moderada, incluido un amplio sector del PSOE, sino también los sectores libertarios, izquierdistas y troskistas que habían sufrido en sus carnes la zarpa represiva del estalinismo― vieron la ocasión de la revancha, culpando el PCE de la derrota y denunciando los crímenes de los agentes estalinistas que habían actuado bajo la cobertura del PCE con entera libertad de movimientos en el campo republicano. Si lo primero era claramente injusto, en lo segundo había motivos de sobra para las denuncias. En los Estados Unidos, donde predominaban las corrientes libertarias y socialistas anti-comunistas, Castelao fue acusado de lacayo de los comunistas, incluso por exiliados gallegos como Ernesto Guerra Dacal y correligionarios galleguistas como Ramón Suárez Picallo (Monteagudo, 2014: 93-98). Para empeorar la situación de los comunistas españoles en el exilio, el pacto entre Hitler y Stalin en agosto de 1939, que abrió las puertas a la ocupación y partición de Polonia y que duró hasta el verano de 1941, colocó a aquellos (y a todos sus correligionarios del orbe occidental) en una posición enormemente delicada. Ese es el contexto en el que Castelao, al llegar a la Argentina, siente necesidad de marcar distancias con el PCE, distancias que, por otra parte, no harían más que agrandarse en los años siguientes.

Por lo demás, sus relaciones con el republicanismo exiliado fueron cambiantes, dependiendo de las coyunturas, lo mismo que su posición ante la restauración de la II República o la posibilidad de abrir el camino a un nuevo régimen. En general, mantuvo una posición táctica flexible, pero su apuesta estratégica consistió en la defensa de una Republica federal fundada en el principio nacional, esto es, que tendría como unidades constitutivas básicas (estados federados) las naciones (Castilla, Cataluña, Euskadi y Galicia). Esta posición estaba muy lejos de la tendencia dominante en el republicanismo exiliado, mucho más centralista, pero tampoco coincidía al cien por cien con lo que defendía el grueso del nacionalismo vasco, más bien independentista. Del nacionalismo catalán no es fácil explicar en que consistía su posición, pues estaba profundamente dividido, no solo entre interior y exilio, sino incluso dentro de cada uno de los partidos históricos.

4.- Relaciones con los nacionalistas vascos y catalanes. Nos referiremos rápidamente a Galeuzca (Estévez, 2002). Ya durante la guerra, pero con más dedicación en el exilio, Castelao priorizó la relación con los nacionalistas vascos (Partido Nacionalista Vasco) y catalanes (Esquerra Republicana de Catalunya), reviviendo el viejo pacto Galeuzca, confirmado, como hemos dicho, en Montevideo en 1941. En los años siguientes, el PNV estuvo especialmente interesado en promocionar ese pacto, que reforzaba su papel, un papel especialmente importante por la cohesión que mantenían el partido y el gobierno vasco en el exilio, tanto entre interior y exterior como entre las distintas fuerzas políticas que lo componían (en especial, el PSOE), lo que contrastaba con la fuerte división del republicanismo español. El lehendakari Jose Antonio Aguirre apareció así, gracias también a sus privilegiadas relaciones con las autoridades norteamericanas, como uno de los líderes más importantes del exilio español, reconocido como interlocutor por las grandes potencias aliadas. Casi con certeza fue Aguirre quien decidió relanzar el pacto Galeuzca a finales de 1944, y fue también él quien convenció a Castelao de que, como paso previo a la confirmación de ese pacto, debía constituirse una especie de gobierno gallego en el exilio como garante del derecho al autogobierno conseguido con la aprobación plebiscitaria del Estatuto de Galicia en 1936. De ahí nace la idea del Consello de Galiza, constituido formalmente en noviembre de 1944. La publicación de la revista mensual Galeuzca en Buenos Aires (salieron doce números entre agosto de 1945 y julio de 1946) constituye un excelente testimonio de la colaboración entre intelectuales y líderes exiliados de las tres nacionalidades.

A pesar de priorizar las relaciones con los nacionalistas periféricos, Castelo se avino a colaborar reiteradamente en iniciativas conjuntas del republicanismo exiliado, como demuestra su colaboración en la revista Pensamiento Español (Buenos Aires, 1941-44) o su participación en el mítin conjunto del republicanismo realizado en el Stadium Centenario de Montevideo de 1943. Pero sobre todo, cuando a finales de 1945 se constituye el nuevo gobierno en el exilio de Giral, elegido en las Cortes de México, Castelao acaba entrando en él como Ministro representante del galleguismo. El Gabinete del que formó parte Castelao, desde abril de 1946 a enero de 1947 fue conocido cómo el “Gobierno de la esperanza”, porque nunca como en esos meses de la inmediata posguerra mundial se tuvo la sensación de que el franquismo podía ser derrocado y de que la recuperación de la democracia estaba al alcance de la mano.

En el ascenso de Castelao al ministerio hay que distinguir dos momentos: en un primer momento, se consiguió que Giral y las fuerzas que lo apoyaban dieran entrada en su gabinete de concentración republicana a un ministro como representante específico del galleguismo, teniendo en cuenta que ya existían ministros representantes del nacionalismo vasco y el catalanismo; en el segundo momento había que decidir el nombre de esa persona. En el primer momento fue fundamental el apoyo de los nacionalistas vascos y de la oposición democrática del interior, en la cual los galleguistas jugaban un papel muy destacado. En el según momento, hubo que escoger entre Manuel Portela Valladares, que había sido Presidente del Gobierno durante la República (1935-36) y se encontraba exiliado en Francia, y Castelao. Apoyaban a Portela los nacionalistas vascos (sin total convicción) y, con más fuerza, el PCE, a través de la plataforma unitaria que habían creado en Francia, el Bloque Nacional Republicano Gallego. Defendían la candidatura de Castelao las fuerzas democráticas del interior, singularmente el Partido Galleguista en la clandestinidad, y, naturalmente, las comunidades gallegas del Plata. Finalmente, fue designado Castelao. Nombrado en abril de 1946, partió de Buenos Aires para París en julio. Allí residiría, como hemos dicho, casi un año, desde agosto de ese año hasta julio del siguiente.

Sin embargo, al faltarle un apoyo decidido de las potencias occidentales, singularmente del Reino Unido y los EEUU, finalmente el gobierno de Giral fracasó. El gobierno británico, que jugó un papel clave en todo este proceso, prefería una solución monárquica, y por lo tanto alentó los contactos entre la (ambigua) oposición dinástica y el sector del exilio republicano proclive a una alianza con aquella, propugnando un acuerdo entre ambos sectores fundado en la idea de que después del derrocamiento de Franco se celebraría un plebiscito sobre la forma de gobierno. Castelao, junto con otros sectores del republicanismo, se opuso frontalmente a esta opción. A finales de 1946 la asamblea general de la ONU había decretado el aislamiento diplomático de la España franquista, con la consiguiente retirada de los embajadores extranjeros, lo que de hecho se produjo, con las notables excepciones del Vaticano y de la Argentina peronista. No obstante, las instituciones republicanas en el exilio no consiguieron el reconocimiento de las Naciones Unidas, de manera que el gabinete de Giral entró en crisis por la retirada del apoyo del Partido Socialista, el sindicato anarcosindicalista CNT y la central socialista UGT. Como consecuencia, Castelao perdió su puesto de ministro. Pero esta crisis provocó también una seria divergencia entre él y los galleguistas del interior, al mismo tiempo que lo distanció también de los nacionalistas vascos y catalanes, ya que tanto los galleguistas de la resistencia clandestina como los nacionalistas vascos y catalanes, al igual que la CNT, la UGT y la mayoría del PSOE estimaban conveniente explorar la hipótesis de la alianza con los monárquicos, que por otra parte era apoyada por buena parte de la oposición interna en España. Por el contrario, Castelao consideraba esta posición claudicante y, sintiéndose abandonado por sus aliados, a partir de este momento enfrió las relaciones políticas con los galleguistas del interior, dio por finiquitado el pacto Galeuzca, rompió con José Antonio Aguirre y se alejó del nacionalismo vasco. Eso sí, de la crisis del gobierno Giral, Castelao salió más implicado en la defensa de la República de lo que había entrado, hasta adoptar un republicanismo intransigente bastante incongruente con su trayectoria anterior y que ya no abandonaría hasta su muerte.

El enfriamiento de las relaciones de Castelao con los resistentes que intentaban reconstruir el Partido Galeguista en el interior tuvo consecuencias especialmente pesadas para el futuro del nacionalismo gallego y de la propia Galicia. No es este el lugar para analizar el proceso en detalle. Señalaremos las principales divergencias entre unos y otros:

1.- Consello de Galiza y reconstrucción del Partido Galeguista. Castelao pretendía que aquel organismo fuera reconocido como gobierno gallego en el exilio, con autoridad sobre los partidos políticos de la clandestinidad en Galicia. Los galleguistas del interior lo consideraban un organismo representativo del galleguismo rioplatense, pero no dejaban de constatar que la mayor parte de los diputados gallegos en el exilio no lo había reconocido. En todo caso, sostenían que la fijación de las estrategias políticas en el interior correspondía a las fuerzas actuantes en Galicia, y que, por tanto, el Partido Galleguista tenía que ser dirigido desde el propio país. Ese desencuentro no sólo oponía a Castelao y su círculo con los galleguistas de la resistencia clandestina: ya hemos visto que Eduardo Blanco Amor y el sector mayoritario de la Federación de Sociedades Gallegas tampoco reconocían la autoridad del Consello de Galiza ni aprobaban su línea estratégica. Es más, incluso un sector del galleguismo exiliado en Argentina discrepaba de la línea de Castelao. Son muy significativas en este sentido las cartas enviadas en 1947 a los galleguistas del interior, suscritas por Xosé Núñez Búa y Luis Seoane en nombre de un grupo de galleguistas del Plata, señalando que ellos no habían sido consultados qua galleguistas por Castelao y que no aprobaban su estrategia (inéditas, en la Fundación Penzol). En las misivas, subrayaban la necesidad de reconstruir el PG en América, hasta el punto de ofrecerse a crear una delegación en Buenos Aires y reconocer de manera expresa que el Partido debería ser dirigido desde lo interior de Galicia.

2.- Restauración de la República / Plebiscito sobre el régimen. Como hemos señalado, después de expresarse con muchos matices a lo largo de los años, Castelao se aferró a la defensa de la IIª República y rechazó cualquier posibilidad de someter la cuestión del régimen político a un plebiscito, como base para un pacto con la oposición monárquica. Los galleguistas de la resistencia clandestina, de acuerdo con la principal fuerza de la oposición interna, Alianza Democrática, estaban dispuestos a explorar la táctica de la alianza con los monárquicos siempre y cuando, después de la caída de Franco, el régimen fuese sometido a plebiscito popular. Como antes hemos señalado, esta era también la posición de la mayoría del PSOE y la UGT, de la CNT (de hecho, los libertarios eran hegemónicos en la Alianza y los máximos impulsores de esta solución) en el interior, y del grueso del nacionalismo vasco y catalán. Finalmente, ni una ni otra solución cuajaron, y Franco, gracias al Vaticano, a los Estados Unidos y a la guerra fría, consolidó la dictadura por décadas.

¿Qué balance podemos hacer de la actuación pública de Castelao en su década bonaerense? ¿Cuál fue la trayectoria y resultados de la Irmandade Galega? ¿Qué hizo y que se hizo del Consello de Galiza? ¿Qué quedó de Galeuzca? No pretendemos dejar cerrada la respuesta a estas cuestiones, lo que requeriría por sí otro artículo más largo que este (en todo caso, véase Núñez Seixas, 1994 y 1997). Con todos los matices que podemos y debemos reconocer, pero que ahora tenemos que dejar en el tintero, a primera vista parecería que Castelao fracasó en buena parte de sus apuestas, al menos en el corto y mediano plazo. Pero a poco que la consideremos con detenimiento, esta respuesta no satisface, pues en este caso no estaríamos escribiendo aún hoy, insistentemente, sobre él. Por eso, en vez de ofrecer respuestas cerradas a estas preguntas, vamos a finalizar intentando contemplar la misión de Castelao desde su propia perspectiva. Para esto, vamos a dirigir nuestra atención a un texto representativo (tal vez el más representativo- del “último Castelao”), significativamente titulado “Alba de Groria”.

Epílogo: Alba de Groria (1948)

Permítasenos antes de seguir, insistir en la importancia de la actividad oratoria de Castelao. Una parte de esta, que nos interesa menos ahora, es directamente política; otra, que centrará nuestra atención, tiene que ver con el desarrollo de su proyecto político-cultural (Monteagudo, 1996; Castelao, 2000, vol. 4). Como orador político, destacan especialmente dos discursos: el pronunciado en el Stadium Centenario de Montevideo en abril de 1943, en el transcurso de un acto al que nos hemos referido antes, que fue insertado como remate de la primera edición de Sempre en Galiza (último capítulo del Libro III), y el leído en el acto de homenaje al Consello de Galiza celebrado nuevamente en Montevideo en junio de 1945. Otro discurso muy importante, rebelde a toda clasificación temática, fue el pronunciado en el homenaje que se le tributó en Buenos Aires en julio de 1944 con motivo de la publicación de su obra capital, Sempre en Galiza. Nótese que los tres fueron pronunciados en castellano, y que, además, los estrictamente políticos fueron proferidos en Montevideo, ya que en Argentina las actividades políticas públicas de los emigrantes y exiliados estaban prohibidas por el gobierno, mientras que el gobierno de Uruguay estaba totalmente volcado en la defensa de la causa republicana y democrática.

En cuanto a la oratoria político-cultural, son de destacar las series de discursos pronunciados en las efemérides que constituían un ciclo anual de celebraciones galleguistas, a veces redobladas en alocuciones radiofónicas (Radio Ariel). Las efemérides más importantes eran tres: la conmemoración del Plebiscito autonómico (28 de junio), el Día de Galicia (fiesta central: 25 de julio), y el Día de Galicia mártir (en el aniversario de la inmolación del líder galleguista Alexandre Bóveda, el 18 de agosto de 1936, a manos del fascismo). Estas fechas se celebraban puntualmente, otras fueron objeto de celebraciones menos regulares. Pues bien, a lo largo de la década, Castelao fue elaborando año a año un discurso siempre más trabajado alrededor de tres temas sobre los que volvió una y otra vez:

a) el significado histórico de la emigración gallega: ¿consecuencia de un atavismo étnico que hundía sus raíces en la migración secular de los pueblos celtas hacia el occidente? ¿maldición para el pueblo gallego causada por la opresión centralista?

b) la interpretación de la iconografía jacobea: el apóstol Santiago como patriarca (que él revindicaba como figura típicamente gallega), como peregrino (imagen que consideraba de origen europeo) y como guerrero matamoros (representación que reputaba como hispánica) (Monteagudo, 2002)

c) el contraste entre la Historia y la Tradición, aspecto en el que vamos a reparar ahora.

La creación oratoria de Castelao culminó en el discurso “Alba de Groria”, cuya versión más difundida corresponde con la alocución pronunciada el 25 de julio, Día de Galicia, de 1948, que pasa por ser su última intervención pública (lo cual es más ben trovato que vero). De hecho, “Alba de Groria” constituye una de las últimas alocuciones de Castelao en Buenos Aires y la postrera de sus discursos solemnes. El texto fue publicado por primera vez en A nosa terra en julio de 1948 (nº 463) y más tarde fue insertado, en una redacción adaptada, al inicio del Libro IV añadido en la segunda edición de Sempre en Galiza (Buenos Aires, 1961). Sin embargo, su versión canónica fue la fijada por Eduardo Blanco Amor, encargado de preparar su publicación en folleto que se editó en 1951, con ocasión del primer aniversario de la muerte de su autor, por iniciativa de la Comisión de Cultura del Centro Gallego de Buenos Aires (es decir, de Luis Seoane) y a costa de esta benemérita institución. En nuestra opinión, “Alba de Groria” constituye la cima de la oratoria del autor y probablemente de la oratoria en lengua gallega de todos los tiempos. Hemos dedicado dos artículos a analizar la pieza (Monteagudo, 2002 y 2004), nos contentaremos ahora con un rápido resumen de su contenido.

El discurso comienza con un exordio en que se realiza una evocación del amanecer del día de la fiesta en Galicia (fiesta del Apóstol Santiago, que los nacionalistas gallegos habían convertido en Día de Galicia), con una rápida vista a vuelo de pájaro de los paisajes del país, desde la sierra hasta la costa, pasando por valles y riberas, evocación de la tierra que inmediatamente conjura la saudade (la traducción es nuestra):

Si en la alborada de este día pudiéramos volar sobre nuestra tierra y recorrerla en todas las direcciones, asistiríamos a la maravilla de una mañana única [...] Así da comienzo la solemnidad de este día: la Fiesta mayor de Galicia, la Fiesta de todos los gallegos. Pero nadie puede sentirla como nosotros, los emigrados; porque en tal día como este reviven nuestros recuerdos acumulados, y con la mucha distancia se agranda el prodigio de la Patria. ¡Cómo se vuelven tristes las alegrías evocadas lejos de la patria!.

El cuerpo central del texto se desteje en el solemne recorrido de la larga procesión de la “Santa Compaña de inmortales gallegos”, y, cuando esta acaba de pasar, contemplamos el paso de la “infinita muchedumbre de lucecitas y luciérnagas”, “ánimas sin nombre que son las que crearon el idioma en el que os estoy hablando, nuestra cultura, nuestras artes, nuestros usos y costumbres y, en fin, el hecho diferencial de Galicia”. La oración finaliza con un epílogo a manera de envío o dedicatoria a los “últimos mártires” que duermen en los cementerios del país, con un recuerdo especial de Alexandre Bóveda, líder del Partido Galleguista asesinado por los fascistas en agosto de 1936, “estrella y bandera de nuestro porvenir”.

La alocución constituye un inspirado desarrollo plástico y retórico del axioma “la Patria es la tierra y los muertos”, según la conocida fórmula de Maurice Barrès. En el exordio asistimos a una explícita vindicación de la sacralidad de la Tierra:

Hoy las campanas de Compostela anuncian una fiesta étnica, hija, tal vez, de un culto panteísta anterior al cristianismo, que tiene por altar la tierra-madre, alzada simbólicamente en el Pico Sacro, por cobertura, el fanal inmenso del universo y por lámpara votiva, el sol ardiente de julio, el sol que madura el pan y el vino eucarísticos.

Pero lo que más nos interesa ahora es el tratamiento que se da en el texto al otro elemento de la ecuación barresiana: los muertos. Primero, contemplamos el desfile de una procesión de difuntos individuales, “las nobles dignidades y los fuertes caracteres que dio Galicia en el decorrer de su Historia” (así, con mayúsculas), que comienza con el “heresiarca” Prisciliano y finaliza con el “gran don Ramón” [del Valle-Inclán], “aun no bien descarnado”. Pero la exposición alcanza su clímax cuando la comitiva de los inmortales gallegos acaba de pasar para perderse “en la espesura de una floresta lejana” y de pronto vemos “surgir del Humus de la tierra-madre, de la tierra de nuestra tierra”, “una infinita muchedumbre de lucecitas y luciérnagas, que son los seres innominados que nadie recuerda ya y que todos juntos forman el substractum insobornable de la patria gallega”. Esa constelación de luces “representa el pueblo, que nunca nos traicionó, la energía colectiva, que nunca perece y, en fin, la esperanza celta, que nunca se cansa”.

Y en este punto, Castelao introduce la dicotomía Historia / Tradición, clásica de su discurso y del de los intelectuales de su generación. Si como el orador afirma “los muertos de la Historia reviven y mandan sobre los vivos”, lo cierto es que ninguno de los grandes hombres que figuran en la Compaña, ni todos ellos juntos, “fueron ―en sus palabras― capaces de erguir la intransferible autonomía moral de Galicia a la categoría de hecho indiscutible y garantizado”. Pero, proclama el orador, “afortunadamente, Galicia cuenta, para su eternidad, con algo más que una Historia fallida, cuenta con una Tradición de valor imponderable”. Depositarias de esta son las ánimas sin nombre, ya “que guardan y custodian en el seno de la tierra madre los legados múltiples de nuestra tradición, los gérmenes incorruptibles de nuestra futura historia, las fuentes genuinas y purísimas de nuestro genio racial” de tal manera que esta “infinita muchedumbre de lucecitas y luciérnagas” representa “lo que nosotros fuimos, lo que nosotros somos y lo que nosostros seremos siempre, siempre, siempre”.

La idea es contraponer la cronología de los grandes personajes, los hitos políticos y las hazañas militares con el curso silencioso de la vida intrahistórica del pueblo; el impersonal relato escrito de la historia con la entrañable memoria oral de la colectividad; la literatura y el arte individuales con la anónima artesanía verbal y plástica de las gentes menudas; la trayectoria artificial del estado y la civilización con el fluir natural del pueblo y de la cultura. De otro modo, el tiempo lineal y progresivo de la civilización contemporánea con la intemporal trascendencia de las culturas tradicionales. La contraposición ya estaba en la generación española del 98, pues la noción de tradición castelaiana es claro trasunto de la intrahistoria unamuniana, a su vez mutación del Volksgeist herderiano; pero esta noción cobraba su sentido específico en el marco del nacionalismo español que insurgía contra el declive del decadente Estado español y que clamaba por su regeneración. En el caso gallego, la contraposición servía para reivindicar una nación negada por la historia, o sea, que carecía de ese relato o, peor aún, que poseía el relato de una decadencia histórica más que de un progreso. En nuestro texto, más sutilmente, tal vez lo que en el fondo pretendía el orador era ofrecer un relato histórico prestigiante (a base de evocar un Panteón de Gallegos Ilustres, por tanto, al hilo de la reivindicación de una serie de figuras ignoradas por la mayoría de la población, analfabeta en la historia de su propia comunidad), al tiempo que se legitimaba la personalidad nacional de Galicia en nombre del pueblo y de la cultura.

Sea como fuere, la dicotomía Historia / Tradición entra de alguna manera en el juego de una serie de dilemas que se fueron anudando en la trayectoria biográfica del propio Castelao, en su acción pública y en su discurso intelectual: en particular, el dilema de su definición como líder político o como artista (o intelectual); y más concretamente, en las circunstancias que estamos considerando, su condición de exiliado (o, en palabra que él prefería, desterrado) versus emigrante; y mucho más en general, el dilema entre la intervención política frente a la intervención cultural, o, aun, entre la Galicia real, entonces bajo la bota franquista y la Galicia ideal, que sólo se podía construír desde el exilio.

Al final de la alocución, en la dedicatoria final, Castelao introduce una quiebra en el discurso. Recuerda a los inmolados por la represión fascista en la Galicia del 1936-39 e individualiza uno: Alexandre Bóveda. Bóveda, proclama Castelao, no pertenece a la Historia, sino a la Tradición. (Significativamente, cuando defendía ante el Gobierno y los partidos republicanos la legitimidad del Estatuto de Galicia aprobado en junio de 1936, Castelao solía invocar el “plebiscito de los mártires”, esto es, las víctimas del terror fascista). Ahora, a la vista de esto, la interrogación que nos asalta al final de este hermosísimo discurso es: ¿Cómo se veía Castelao a sí mismo? ¿Formando en las filas de la Tradición o acaso en las de la Historia? Proponemos leer esa especie de envío final como una sugerencia de que los mártires de 1936, y particularmente Bóveda, venían a suturar la hendidura entre la Historia y la Tradición, venían a reconciliar la una con la otra, abriendo así el camino de una “Historia futura” (son palabras suyas), nueva, por cuanto no venía a ser una simple prolongación de la historia pasada que el orador desechaba. Más aún, tenemos la impresión de que el propio Castelao se atribuía a sí mismo el papel que en el discurso asigna a Bóveda. ¿Será que nuestro autor se había propuesto precisamente la misión de elevar la Tradición gallega a la categoría de Historia “de una nueva Historia, claro está, fundada precisamente en la Tradición”? Sobre esta misma pregunta reflexionó Eduardo Blanco Amor, que también sugirió una respuesta en su oración del primer aniversario (1951): “Tu sombra luminosa se añade a la Santa Compaña que evocaste, que convocaste, en tus palabras finales. Nos guían desde ella”.

Castelao forjó historia (política) sin dejar en ningún momento de tejer tradición (cultura), pero es, sobre todo, una figura que se convirtió, ya en vida, en un símbolo, un símbolo que pervive hasta hoy, agrandándose con el paso del tiempo. Los juicios sobre su trayectoria, su ideario y su obra en uno y otro terreno pueden y deben hacerse de manera autónoma, pero sin olvidar jamás la coherencia básica que existe entre ellos, una coherencia que dimana de su misma personalidad, nimbada por la aureola del mito. ¿Hasta qué punto y de que manera contribuyó él mismo a levantar su personaje? ¿Cuánto de sí mismo puso el propio Castelao en ese símbolo? ¿Cómo y por qué se fue construyendo el mito ―polisémico, como todos― de Castelao? Son preguntas a las que los historiadores comienzan a dar respuesta (Núñez Seixas, 2005 y Fernández Prieto, 2014), pero que aquí no pretendemos abordar, pues nos llevarían por caminos distintos a los que estamos transitando. No hay duda de que, a pesar de sus errores o fracasos políticos, a pesar del agotamiento final o las limitaciones de su producción intelectual y artística, el exilio de Castelao en Buenos Aires en los diez últimos años de su vida constituyó un período clave en la configuración del mito, y menos duda cabe aún de que las comunidades gallegas del Plata ―la emigrada y la desterrada, la élite intelectual, la minoría movilizada, la dirigencia de las distintas instituciones― contribuyeron decisivamente a conformarlo. Pero ese es otro capítulo de la historia. O de la tradición.

 

Notas
1 La biografía más amplia es: Valentín Paz-Andrade 2012 [19821]. Con carácter sintético, véase Monteagudo 2000, que incluye la bibliografía más relevante sobre el asunto.

 

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